Viejo tiempo nacido en nuestras tumbas bajo del cielo
inerme, cuando la primavera tras de las alambradas era
un sol
verde comido por las ratas, y ni luz ni consuelo
a nuestro corazón encadenado, tú, viejo tiempo testigo,
no nos abandonaste, no nos abandonaste.
Largos fueron los días que atestados llevaban
a la muerte, como trenes , o largos como filas
de piojos,
sangre del árbol negro, la negra noche de Auschwitz
girando como trompo en la mano de Amán;
una llave caía, una estrella podrida, en la memoria;
eran entonces voces, pozos insomnes éramos
reunidos,
resecos, tapiados como el ojo de la felicidad,
inocentes y muertos y olvidados:
León Braiman, obrero, fusilado,
Luisa Piekaretz, niña, incinerada,
Alberto Goodman, médico, asfixiado,
Sergio Dannon, estudiante, estrangulado.
Volcek Kalsaretz, nadie, todavía.
Inolvidables muertos olvidados: más me hubiera valido
caer entre vosotros bajo aquel sol inerme comido
por las ratas.
Todavía los gritos me golpean la frente, como hojas
otoñales veo caer vuestros rostros acuñados por
el miedo,
roto ya para siempre como un dique el recuerdo,
inundado mi corazón de ciega luz, rebalsado como
un espejo
oscuro, me afeito en las mañanas, mi rostro no es
mi rostro, ya no
soy más, debajo de mi frente yazgo muerto mil
veces, me levanto,
ando al borde del ancho Amazonas por la tarde,
penosamente, como
si arrastrara mi cadáver, tu cadáver, oh tiempo
innumerable, eternamente.
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A LA ORILLA DEL DRAWA , ALGUNA VEZ
Era entonces la vida como una
jarcia al viento, en los altos establos o en la noche
el día de tus aguas
rodeaba mi corazón, y sobre ágiles campos de
cebada, tú,
cómplice de mi infancia, Drawa de labios húmedos,
inventabas los juegos y los cantos.
Todo nacía de tu mano azul, todo volaba,
oh río de ojos claros, como un claro milagro.
Detenerte no pude en esos años, cuando
el amable invierno te extendía como una blanca
súplica,
limosnero de mis pies y las estrellas,
infatigable y luminoso y cálido, duende
bueno girando en mi alegría bajo los altos pinos
enjoyados como esqueletos de astros; o en el
granero, tú y yo
recostados, prohibidos en el heno, hasta que las
agujas de los gallos
asediaban mis ojos y el sol se incorporaba
como un convalesciente entre los brazos, brazos de
invierno amable, pecho cálido, prestidigitador
omnipotente: entre tus verdes brazos que
no pudieron tampoco retener esos años, retenerme.
Negra y sedienta hoguera de la memoria en torno
a la cual danzan niños de ojos quemados,
crece hoy en tu lugar sobre las ruinas del
invierno. ¡Cómplice de mis cantos, Drawa de labios
húmedos,
oh río de ojos claros como un claro milagro,
ninguna huella dejan mis pies al recordarte:
al igual que tus aguas, el blanco tiempo del amor,
la infancia, se evaporó en los ojos de aquel negro
verano!
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PALABRAS PARA UN CIEGO
Pasa por este mundo como si caminaras en el
alambre de un circo lloroso, con el sol en la mano
ten cuidado, no se vaya a caer tu corazón,
recuerda que estás solo al borde de un abismo
insomne, y que al fondo de todo, nadie te
aguarda sino tú mismo, un pozo
oscuro, un ojo que agotó ya sus mares en mirarte.
Mírate
Usurpa el sitio de tu sombra,
entrégate,
retente en tu memoria,
ten cuidado,
estás solo.
Vuelve la frente: alguien te llama, sentado
en el principio de las cosas, te dice “anreteadiv” ,
no le creas, es uno que perdiste para siempre
cuando tus pies sostenían la tierra, avanza
entonces, llévate de la mano a las estrellas,
recíbete como un abrazo que olvidó su cuerpo
en el vacío, cierra los ojos y
mira: el sol pende como un fruto negro, córtalo,
ordena tu morir, ponte la boca,
sube a tu corazón, bebe los ríos claros de tu
sangre!