martes, 19 de agosto de 2014

Porque no te has ido - por Helwa Gil Calvo



César Calvo (Foto de Eva Lewitus)
“Y me alegra la memoria y me la llena de Sol”

César Calvo.

El teléfono suena sobresaltándome. "Tu tío César está grave" fue lo primero que dijo la voz llorosa de mi madre cuando contesté. No pude articular palabra, la sorpresa y la pena me paralizaron. Ella siguió contándome de cómo te habían ingresado al hospital hacía unas horas, de tu operación de emergencia, de tu risa nerviosa al entrar a la sala de operaciones, de tu despedida coqueta a las enfermeras, de la septicemia que invadió tu cuerpo, del coma profundo del que nunca despertarías. "Voy al hospital a despedirme" dijo, rompiendo a llorar. Me dolió la garganta de aguantarme los sollozos. Le dije a mi madre que yo no iría, que prefería recordarte vivo. Y era así como quería verte en mi mente, como el de siempre, no en una cama de hospital con la vida que tanto amabas abandonándote inmisericorde, lleno de tubos y rodeado de aparatos que solo prolongaban tu agonía. Sé que lo comprendes.
Apenas dos meses antes, el cielo gris de Miraflores se recortaba sobre tu silueta alta y elegante, vestías un jean y una camisa a rayas, el bastón de siempre se apoyaba contigo en la acera, ese con el mango que dibujaba en plata una mujer desnuda. Bajé del auto a pasarte la voz, y cuando te toqué el hombro, me abrazaste como nunca, contento de verme. No te había visto muchísimo tiempo. Mientras hablabas y reías camino a Chaclacayo, se me encogió el corazón, de repente noté tu sordera, tu pelo cano, tus arrugas que no habían vuelto menos bello tu rostro, pero que sin embargo estaban ahí como una prueba de que el tiempo había pasado, me di cuenta en ese instante cuanto habías envejecido y recordé tu primer poema en donde le pedías al abuelo Víctor que no se hiciera viejo, y tuve ganas de decírtelo, de suplicarte que no te fueras, no quería que el tiempo te hiciera mella, no quería que la muerte se te acercara. Oculté mis repentinas lágrimas bajo mis lentes de sol. Quizás presentí entonces que ese era el último día en que nos veríamos. Después, nos divertimos en el almuerzo familiar por el cumpleaños de nuestra Gracie, tu querida madre a quien decías "chino" de cariño. Comimos delicioso, cantamos, nos deshicimos en carcajadas, fuimos felices en la famosa “torre”, bajo el sol. Seguro que lo recuerdas.
Parece mentira que casi han pasado ocho años desde que dejaste este mundo, ya nadie ríe como tú, nadie hace poemas de las sombras del corazón, nadie rima la luz de los ojos de los niños del Cuzco. Nos dejaste sin la cadencia de tus pasos subiendo los peldaños hacía tu cuarto de poeta. Ya no construyes embrujos de selva y prosa. Tantos años de esa tristeza asomada para siempre en los ojos de los que te queremos tanto.
Sin embargo, debes haberte dado cuenta que no has partido del todo, que aún se habla de ti como si te hubieses ido a un viaje demasiado largo, que tu perfume aún perdura en las habitaciones vacías de tu casa, en los libros que quedaron de la biblioteca que repartiste entre tus amigos. Aún se celebra tu cumpleaños todos los meses de Julio. Pareciera que en cualquier momento te vas a presentar en casa con una gran lata de mantequilla deliciosa y un pan francés “de izquierda”, como le decías a todo lo que considerabas excelente.
Aún soñamos con tus historias: las impresas y las que sabemos de memoria. Aún cantamos tus canciones y les enseñamos tus versos a nuestros hijos que creen conocerte desde siempre, ellos que aun nada saben y solo sueñan volando en estrellas de mar. Y por ti, solo por ti, descubrimos nuestra tercera mitad, una de las cuales está definitivamente ligada a tu nombre porque tú la inventaste.
Porque no te has ido, escribo esto que seguro leerás con una sonrisa.
Porque no te has ido, escucho tu risa, demasiado lejana, pero cierta.

Para César Calvo - mi tío Tata - en su cumpleaños.

HG - 24 de Julio 2008

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