sábado, 24 de julio de 2021

César Calvo Soriano - Poco antes de partir - Poesía - Recital en La Estación de Barranco.

 

Poeta César Calvo

Foto Eva Lewittus


  César Calvo Soriano - Poco antes de partir Poesía

          Recital en La Estación de Barranco. 

Acompañado por el Violín Mágico del Maestro Máximo Damián.

               Film de Mario Pozzi-Escot. 


                                                                                                                            César Calvo - Poco antes de partir - poesía - Vídeo

             El laureado poeta César Calvo, Premio Nacional de Poesía,                    recita con su excepcional estilo "Poco antes de partir" 
su mas bello poema.
De su quinto libro "Pedestal para Nadie".

Edita Dr Guillermo Calvo Soriano de Lima - Perú.

Vídeo en pantalla completa

https://www.youtube.com/embed/JSFRVQK_Ee0

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POCO ANTES DE PARTIR

Porque vivo hace siglos en el aire
como
un
trapecio
vacío
yendo y viniendo
de lo que he sido a lo que no seré.

Porque en el aire habito como respiración a medianoche
como el hálito de alguien que no vivió jamás
como la última mirada
de un remo que prosigue, ya sin brazo, remando.

Porque cruzo los días como un puñal la cara del que huye
como lápiz sin dueño sobre el papel en blanco.

Porque escribo estas líneas no solamente con mi vida
sino con el jadeo de todas las mujeres que me amaron
de todas las mujeres que murieron y renacieron con el rostro vuelto a una feroz desolación, culpándome. 

Porque con culpa escribo, con el lento rumor de tus ropas
cayendo en la penumbra de Ginebra, cuando aún era tiempo
y los relojes ignoraban el peligro, sus agujas
como el abrazo de un náufrago en la dichosa profundidad,
mi boca persiguiendo tu vientre en el silencio que precede 
a los incendios y las almohadas húmedas 
y los ojos que ya no veré nunca 
girando en los espejos y en la noche infinita :

Ayúdame a quedarme cuando me encuentre lejos
en todo cuerpo que mis manos conduzcan a la hoguera
en todo cuerpo que mis manos alejen de la orilla
tú seas el reverso de esta inútil victoria
la única copa que yo no desdeñe después del vino fúnebre.

Nada puede aprisionar al viento sino la libertad.
Nada sino la libertad podría rodearnos ahora
y hacerte comprender que estuve solo
porque la intemperie no cabía en ese cuarto sórdido
que tú insistes en llamar país, doce millones de rostros
pegados a los muros de un Orden desleído y repudiable.

Ayúdame a prescindir de esos fantasmas que amo.
Ayúdame a no golpear y golpear la puerta
como si ella tuviera la culpa.
Ayúdame a ser la llave que abra sin cerrar nunca nada.
A mí, tu único hermano que nació sin tiempo
ayúdame a no perderlo, por lo menos así
como quien pierde la llave con la puerta
y no puede salir ni regresar, menos que un niño
que rasguña el aire como si fuera la tapa del ataúd.

Porque yo he recorrido las colinas de Francia y he visto
en el estruendo verde, en la delicadeza desbocada de Junio
he visto un niño lejano y eternamente dormido 
bajo un río de sangre 
y he cruzado el Pont Neuf con los ojos vueltos 
al turbio origen del destello 
- miles de argelinos fundidos para cada baranda de piedra
- miles de vietnamitas bajo cada loseta primorosa
miran pasar inútilmente el Sena
y están ahora, aquí, nombrándome, hilo de los retratos
de saliva dorada colgados de estos muros que se ensanchan.

Los días pasan por tu rostro como una cicatriz oscura.
Ayúdame a prescindir de esos fantasmas que amo y que destruyo
los días pasan por tu rostro como una cicatriz oscura
y mis dedos te palpan con la astucia de un ciego en la noche.
Me había olvidado de la noche.
Ayúdame a tocarte ansiadamente.
Me había olvidado de mi cuerpo y su noche soleada
ayúdame a tocarte ansiadamente
como quien toca la puerta de una casa que se aleja y se aleja
y tu cuerpo, este leño que sobrevive al miedo y la ceniza.

Me había olvidado de algo tan simple y verdadero
como beber un vaso de agua, levantarme en la sombra
de los cuartos prestados, dejar correr el tiempo 
todavía entre sueños y luego despertarme con la sed en tu cuello.
Me había olvidado que la vida también está hecha de todos
esos ínfimos, esos heroicos acontecimientos
que se cumplen a tientas
entre un cuerpo desnudo y otro cuerpo desnudo
entre el cauce del río y el vaso de la boca.

Anduve mucho tiempo tras los muros, demasiado lejos, buscándome con un palito entre las ruinas, con un fósforo 
que encendía en mi mano las mechas temblorosas.
Y no me hallé siquiera entre los muertos.
Me había olvidado de quedarme dormido a la intemperie
sobre un pecho como sobre una llanura inacabable
donde las maravillas de cada día crecen sin sobresaltos
y los ciegos hallan placer en extraviarse
y los amantes que se despidieron para siempre
no temen encontrarse de nuevo por primera vez.

Ayúdame a no vivir como una roca en medio del mar.
Ayúdame a no ser más el pasajero que la lluvia desdice
sino el único suelo por donde caminen los hoteles
en donde nuestros cuerpos giraron y se hundieron,
no los pasos medrosos sino el pie detenido al borde de la cama
a la orilla de un cuerpo que cae dentro de sí
como un abismo precipitándose hacia el pecho del suicida
 hacia el irremediable plumaje del suicida 
no esta frente viuda, sin nadie al frente, viendo
cojear al destino como un río que ha perdido una orilla
y avanza seco recordando el agua
no una silla sino cualquier camino
y cualquier trote cálido en lugar de esta oreja
pegada en tierra, oyendo llegar nada.

Me había olvidado de mi boca persiguiendo algo más.
Ayúdame a prescindir de los fantasmas que amo y que destruyo
y sin los cuales la vida sería solamente.
Me había olvidado de mi boca persiguiendo
algo más que una hermosa palabra entre las sábanas
algo más que otra boca entre los falsos sueños y las páginas.
Me había olvidado de escribir simplemente, como quien bebe
o ama, sin que el Olimpo se me suba a la cabeza.
Me había olvidado que un poema se prepara con minuciosa alegría
como un regalo que ya nadie espera, y se moldea con urgencia
y violencia, con irrepetible, con irremediable ternura como hacerle el amor a una mujer que se va a morir mañana.

Me había olvidado que te vas a morir mañana.
Ayúdame a ser el caminante que no pide nada.
Me había olvidado que me voy a morir mañana
que no pide nada sino un poco de camino.
Me había olvidado que nunca más tendré 31 años
sino un tronco de sombra junto al fuego.
Me había olvidado que nunca más tendré 18
pero que yo no me dé cuenta
ni un padre flaco y barbudo pintando allá en la infancia.

Que no husmee tu mano ni el corazón como un delfín 
amarrado a su veloz terciopelo
el receloso animal que me habita me había olvidado
que nunca más repetiré en Agosto estas caderas y la miel quemada
en cuyo olor subimos uno a uno los labios, los instantes
la inalcanzable noche de Madrid
hasta encontrarnos, hasta renacernos, hasta exterminarnos
y cómo canta al fin de la escalera, sobre las últimas estrellas,
otra vez, otra vez por vez primera, como una rama tierna
el fuego muerto
y oyéndolo nosotros regresamos a ver, somos los ojos
del niño que dormía bajo esa flor de nieve.

Porque vivo hace siglos en el aire
como un trapecio vacío yendo y viniendo
de lo que he sido                          a lo que no seré.
Porque muero hace siglos a la orilla
de un cuerpo hundido
                                                       ayúdame a no olvidarte
y la pesada piedra que me amarra hacia el fondo
sea una pompa de jabón, las alas de un dulcisimo castigo.
Ayúdame a tocarte ansiadamente como quien toca la puerta
de una casa que se aleja 
                                                                      y se aleja.

Ayúdame a ser el caminante que no pide nada
sino un poco de camino, un tronco de sombra junto al fuego.
Pero que yo no me dé cuenta, que no husmee tu mano
el receloso animal que me habita
el desolado animal que me habita en la noche
                                                                                          y en el día
deja abierta la puerta para que tú regreses o me vaya.

Ayúdame a quedarme cuando me encuentre lejos
cuando me encuentre lejos de la memoria que me devuelves
sin proponértelo
como quien llena un vaso de agua simple
y en el gesto de su mano extendida caben todos los mares.
Pasan todos los mares
Como los días
Pasan todos los años, las personas, las calles, los adioses.
Ayúdame a quedarme cuando yo haya pasado
cuando yo haya pasado sobre el papel en blanco
como un cuchillo por el rostro
                                             de estos días en donde tú ya eres
la sonrisa que insiste cuando los labios cesan.

El mar se abrirá entonces
y ha de pasar en medio
de las olas
ese
niño
indefenso
y en su mano nosotros como el último fósforo.

César Calvo

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Edita el Dr. Guillermo Calvo Soriano
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