viernes, 13 de septiembre de 2024

César Calvo canta "De no acabar" - Poemas y Canciones

 

César Calvo por Eva Lewitus.

César Calvo canta "De no acabar" 

Poemas y Canciones

L.P. Poemas y Canciones

Editorial "El Río" de César Calvo.

Con la Guitarra de Carlos Hayre.

César Calvo "De no acabar".

Esta, esta vida que nos mata,

no tiene cuando acabar.

Vá, vá, vá, vá.

Azu, azucar nuestra y amarga,

sólo al Amo endulzará,

Vá, vá, vá, vá.


Corta la caña, Negrito,

como el Azucar es blanca,

como el Azucar es blanca,

pá Nosotros, no será...


Cuando, Ñó Ramón Castilla,

entre las cañas maduras,

entre las cañas maduras,

tu Sable renacerá...


Corta la caña, Negrito,

ten el Machete a la mano, 

ten el Machete a la mano, 

que pronto Amanecerá...


Esta, esta vida que nos mata,

muy pronto se ha de acabar,

Vá, vá, vá, vá.


Vídeo : César Calvo canta "De no acabar" 

Poemas y Canciones.

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Edita el Dr. Guillermo Calvo Soriano

de Lima - Perú

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gcalvo77@yahoo.es

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domingo, 8 de septiembre de 2024

Ribeyro, la anticipada nostalgia (1971). Entrevista. César Calvo. Diario La Nueva Crónica.

 Julio Ramón Ribeyro

Ribeyro, la anticipada nostalgia (1971). 

Entrevista. César Calvo. 

Diario La Nueva Crónica.

Simbólicamente, Julio Ramón Ribeyro no quiso despedirse de Santa Beatriz. Horas antes de volver a Francia concedió a La Nueva Crónica esta última entrevista. Lo encontramos confundiendo libros y vestidos dentro de una maleta inmensa, tan excesiva y honda que parecía que se estuviese yendo para siempre. Asediado por mi grabadora prestada y el implacable lente de Risco, yendo de su casa a los malecones de Miraflores y de los malecones a su memoria, le dijo adiós a Lima. O prefirió no decirle nada. Pero no quiso despedirse de Santa Beatriz, el barrio donde nació, el barrio rodeado de árboles probablemente derribados donde vive todavía su infancia.“En Santa Beatriz vivía también Sebastián Salazar Bondy. Y Chariarse. Y Blanca Varela. También Pepe Bonilla y Washington Delgado. En realidad, los únicos que conocí en esa época fueron Blanca y Washington. Tendríamos 6 o 7 años. Corríamos por el barrio y jugábamos e íbamos a una escuelita que quedaba cerca de mi casa. Santa Beatriz era verdaderamente una especie de aldea llena de gente espléndida que después se dispersó. Como si ciertos barrios fueran propicios para segregar unos cuantos monstruos: escritores, poetas, pintores. Porque también vivía Szyszlo allí, creo que en la calle Alejandro Tirado”

“A los 7 años me mudé a Miraflores. Entonces Santa Cruz era una hacienda. Mi casa fue una de las primeras que se construyó por aquí en 1936. No había luz ni agua. Era una casa moderna, pero había que alumbrarse con velas y traer agua en barriles. Había cerca un establo y los toros pasaban todas las tardes, y en las mañanas las vacas iban a ser ordeñadas y pasaban por ahí, contoneándose llenas de cencerros por la avenida Comandante Espinar, por 2 de Mayo. Ahora todo eso me parece increíble”.

ADIOS A LIMA PERO A NADIE MÁS

Yo estaba seguro de que Julio Ramón Ribeyro no iba a querer despedir de su primera casa. Recorrimos Miraflores, Santa Cruz, parte de San Isidro, hablando de mil cosas pero se negó, tímida y tercamente, a despedirse de su barrio de monstruos. Será porque Ribeyro es uno de esos escritores que insisten en su infancia. Como todo creador auténtico, cultiva un niño asombrado dentro de sí, un niño que descubre y define las cosas a diario recreándolas.

“Puede ser. Pero sospecho que dentro de todos nosotros hay gente además de ese niño. Porque se conservan hasta los recuerdos más lejanos y olvidados. Y a veces esto no es una cuestión puramente proustiana. Un color puede hacerte revivir grandes escenas de tu infancia. Una vez, en Bélgica, hace ya muchos años, vi desde un tranvía un anuncio comercial que tenía los colores ocre y verde. Esa especie de asociación cromática me hizo recordar los cuartos, las paredes, mis amigos, mis tías de esa época, mi abuela dormitando”.

“Creo que en todo el mundo hay varios personas o varias personalidades. A través de la vida una de ellas termina por imponerse a las otras, las regresa al silencio, las domina. Y solo en momentos excepcionales, de gran peligro o de gran pasión, alguna de ellas logra suplantar a la principal. En mi caso coexisten varias, con igual vehemencia. Por un lado, existe el escritor; por otro lado, el bohemio; por otro lado, el hombre de su casa, el padre de familia que no es escritor ni bohemio. Y el niño de 7 años que corría frente al mar y se iba escuchar audiciones en Radio Miraflores. Y también una especie de aventurero frustrado, de viajero que ya no viaja de seductor que ya no seduce”

UNA PREGUNTA EN BLANCO

—Julio, ¿qué le dirías a Lima antes de partir?

—Qué pregunta tan complicada… No sé…

—¿O no tienes absolutamente nada que decirle?

—Francamente, no sé…

—¿No le dirías, por ejemplo, que se vuelva peruana, que se nacionalice?

—Mira… Voy a darle vueltas mientras hablamos de otras cosas. Por ejemplo, puedo decirte algo sobre ese cuento que tú consideras, inexplicablemente, extraordinario. Ese de Tres historias sublevantes. Ese de la Higuerilla. Un día se me ocurrió bajar a la playa por una de esas quebradas que hay cerca de mi casa y me encontré con él, y me dijo su historia a grandes rasgos: que había tenido un hijo que murió ahogado, que otro se había fugado, que antes eso era una pequeña barriada con establecimientos de baños, que todo había sido demolido… Me impresionó mucho su relato, simple y desgarrado, pero más me impresionó una planta que crecía en medio de ese paisaje árido y pedregoso. Crecía tenazmente, pese a todo, y me pareció de pronto que era la vida de ese pescador… Durante meses estuve indagando el nombre de esa planta, y solo cuando lo descubrí comencé a escribir el cuento… “Nosotros somos como la Higuerilla”… ¿Te acuerdas?

—¿Y por qué no te apasiona como a mí el cuento ese?

—Creo que no he hecho hasta ahora ninguna obra que me satisfaga. Mis obras están llenas de pequeños detalles valiosos. Como si en cada uno de mis cuentos asomasen pequeñas obras maestras, pero se reducen a frases, a expresiones, a metáforas. Yo quisiera que toda esa obra llegase a alcanzar su unidad. Quisiera una obra donde se dicen todos esos fragmentos. Porque todo lo que he escrito no son sino fragmentos de una obra más amplias que no sé si algún día llegaré a escribir.

—Y, a propósito, ¿qué le dirías a Lima antes de partir?

—Después, después…

—Bueno… ¿qué época de tu vida recuerdas con más alegría?

—Esa de mi infancia, cuando hacíamos excursiones nocturnas, armados de linternas, a la huaca Juliana…

LOS CREPÚSCULOS INFINITOS

“Después descubrimos la parte de chacras, cerca del antiguo aeropuerto de Faucett, y sobre todo, los barrancos, las bajas al mar, esas playas abandonadas, La Pampilla, el Hondo, y esas tardes interminables, largas, de la infancia. No sé…, a medida que pasa el tiempo, los días se adelgazan, pasan más rápidas. Antes, en un solo día, se podía hacer infinidad de cosas. Se podían hacer paseos en bicicleta, y jugar fútbol, y más tarde ir a la matiné, y más tarde salir a caminar, y más tarde descubrir la huaca de nuevo… Los días no terminaban nunca, eran larguísimos. Y eran doradas, además. Y había unas puestas de sol extraordinarias que nunca más he vuelto a ver… Creo que esa es la época que recuerdo con más alegría.

—¿Y la época más oscura?

—Sin duda alguna, los meses que siguieron a la muerte de mi padre. No solamente porque él fue lo único que he tenido en mi vida, sino porque nos dejó en medio de dos desastres: uno moral y otro económico. Porque mi padre vivía solo de su trabajo, y cuando se murió hubo que vender el carro, despedir al jardinero, eliminar a una de las empleadas, sobrevivir largos años con pequeñísima indemnización. Por otra parte, el sentimiento de orfandad, que hasta ahora me acosa. Esta sensación de haber perdido ayer a una especie de guía, consejero, modelo,  y que no he vuelto a encontrar ni en las lecturas ni en las personas, ni en nadie… Yo hago extensiva esta orfandad a la mayor parte de los escritores peruanos… Como que vivieran y escribieran atormentados por la falta de Maestros… Y ese culto a César Vallejo, me pregunto, ¿no podrá explicarse, entre otras cosas, como que los escritores desamparados creyesen haber encontrado a su padre verdadero?… Después he tenido otras épocas oscuras, ya en Europa, momentos de decepción, de desamparo, de pobreza, de enfermedad, pero han sido instantes de tristeza que he podido superar.

EL CORONEL RIBEYRO, ALLÁ EN CHORRILLOS

—Julio, en vista de que te niegas aún a decirle algo a Lima, tengo derecho a hacerte una pregunta lerda o lenta, para no ofenderme. ¿Qué cosa querías ser tú de niño?

—De niño yo quería ser militar. Quería ser Coronel

—¿Igual que ahora?

—Mira… Ahora yo quiero ser escritor… En esa época no, porque no había ningún escritor en mi familia, y sí muchos militares. Y yo quería ser militar. Tenía unos tíos que eran oficiales y que me llevaban al cuartel de Chorrillos. A veces que me quedaba a dormir allí, en el cuarto de la tropa, y en las mañanas del domingo montaba a caballo con los soldados y paseaba por Chorrillos. La influencia familiar despertó en mí una vocación castrense que desapareció poco a poco. Hubo un momento en que no quería ser absolutamente nada. Estudié Derecho porque me lo aconsejó mi padre. Llegué incluso a trabajar en un estudio de abogados, hasta que me di cuenta que para destacar había que servir a los ricos. Entonces dejé la profesión aquí y me fui a Europa…

—Ernesto Sabato me dijo alguna vez, sospecho que deambulando por el parque Lezama de Buenos Aires, que para ser un gran escritor hay que ser primero un gran hombre. ¿Tú compartes ese criterio?

—En realidad, sospecho que no. La historia literaria demuestra muchas veces lo contrario. Entre las virtudes mortales y la calidad literaria no hay necesariamente una correspondencia directa. Ha habido, y hay, grandes sinvergüenzas que son escritores notables, sin alusiones personales.

—Ni autocríticas, espero.

—No. Estoy pensando en Céline, en el Pound de cierta época y en… No, mejor no lo pongas…

—¿Y en tu caso?

—Creo que las limitaciones que puede haber en mi obra se deben un poco a mis prejuicios de tipo moral. Quiero decir que por haber tratado de llevar una vida justa y honesta he renunciado a una serie de experiencias que hubieran podido enriquecer lo que escribo. Incluso, por respeto a la amistad, o por mostrarme acogedor, a veces sacrifico mi tiempo de escritor a otras actividades, recibiendo gente, conversando con amigos, leyendo librejos de aprendices, concediendo entrevistas… Otra vez sin alusiones.

—¿No recuerdas haber hecho ninguna maldad?

—Escribiendo sí, pero viviendo no. En síntesis, te diré que, para mí, más importante es ser un hombre honesto que un gran escritor.

EL GENERAL VELASCO Y UNA PARTIDA DE PING-PONG

—Hoy almorzaste con el General Velasco, ¿no?

—Sí. Estaba invitado a Palacio, pero el Presidente estaba muy ocupado en una reunión con algunos Ministros. Entonces, para hacer tiempo, con su yerno Ítalo Zolezzi jugamos una partida de ping-pong. Fue una partida encarnizada que duró cerca de una hora. Naturalmente, como somos muy malos jugadores, los dos perdimos.

—¿Ya habías conocido antes a Velasco?

—Bueno, hace quince días estuve conversando con él y con Hugo Neira, y un periodista argentino, Salas. Pero lo conocí hace aproximadamente ocho años, cuando era agregado miliar en la Embajada nuestra en París. Tuve oportunidad, en aquella época, de conversar con él varias veces…

—Políticamente, ¿qué impresión te causó entonces?

—Bueno, tengo la impresión que por aquel tiempo el General Velasco no tenía proyectos políticos, aunque sí una clara conciencia de los problemas del país. Nos impresionaba por su sinceridad, por su honestidad. A diferencia de otros militares que yo había conocido y que se envanecen cuando llegan a las más altas graduaciones, él continuaba siendo un hombre enteramente simple, como hasta ahora, fiel a su origen popular y modesto, de una familia del norte, con definidos sentimientos antioligárquicos. Y sentía un gran cariño, me acuerdo, por la gente humilde del Perú.

PARÍS, JUAN PABLO CHANG Y GUILLERMO LOBATÓN

—¿Tú fuiste reaccionario alguna vez?

—Sí

—¿Cuándo dejaste de serlo?

—Creo que cuando viajé a Europa por primera vez. Antes de ello, hasta 1952, en mis discusiones y conversaciones universitarias yo adoptaba una actitud retrógrada. Incluso pensaba, por ejemplo, que el indígena peruano era un ser completamente degenerado, que los gamonales tenían la razón, que las comunidades eran improductivas y atrasadas, en fin… Ya en Madrid, alternando con latinoamericanos más lúcidos que yo, comencé a darme cuenta que estaba equivocado. En 1954, cuando viajé a París, se operó definitivamente un gran cambio en mí. Eso se debió, en gran parte, al hecho que tuve que trabajar en oficios penosos… Fui obrero en una estación de ferrocarril, portero en un hotel sórdido. Comprendí la vida durísima del que tiene que tiene que trabajar ocho o diez horas diarias, usando sus brazos, su fuerza física, y después no le queda tiempo ni curiosidad para leer ni educarse, ni para ir a un espectáculo, y lo único que le provoca es quedarse a dormir. Me di cuenta que era una situación despiadada y sin salida, que los trabajadores en nuestro mundo llamado libre estaban como que exonerados del porvenir y que eso se debía cambiar radicalmente.

—¿Qué hacías, exactamente, en la estación de ferrocarril?

—Era cargador. Tenía que recoger la mercadería en unas carretillas y llevarlas hasta el andén, hasta unos camiones. Eso era durante ocho horas consecutivas, sin parar. Estuve tres meses así. Abandoné el trabajo un día que tuve que descargar un vagón de hulla, cerca de cuarenta toneladas de hulla. El esfuerzo fue tan extenuante que cuando salí y fui a ducharme, me desmayé. Me llevaron a mi hotelucho en taxi y ya no regresé más, estuve como una semana en cama, tosiendo hollín, con los ojos irritados.

—¿Qué hiciste entonces?

—Me metí en uno de los trabajos más hermosos de mi vida, algo que se conoce en Francia como Ramassage. Las personas recogen periódicos y revistas viejas en las casas y las venden al peso. El trabajo lo efectuábamos en un triciclo y con mucha libertad. A cada uno de nosotros nos daban una calle, un bulevar, y entonces uno empezaba a las ocho de la mañana de puerta en puerta, recogiendo papeles, hasta alcanzar cien o doscientos kilos. Tuve ocasión de conocer, trabajando así, todo el interior de París, porque entraba a las casa, descubría a la gente más desconcertante. Recuerdo que Juan Pablo Chang trabajaba también en eso. Y Guillermo Lobatón. Recuerdo que el patrón, el que nos compraba los diarios al peso, nos explotaba terriblemente. Vendía los papeles a un precio cuatro veces mayor que el que nos daba. Lobatón lo descubrió un día y organizó una huelga entre todos los estudiantes que hacíamos Ramassage. El patrón tuvo que cerrar la fábrica y se negó a seguir empleando latinoamericanos. Fue la primera intervención política que tuvimos allá.


DALE CON LA PREGUNTA

Cuando Julio Ramón estaba por despedirse de nosotros, insistí en el asunto de “¿qué cosa le diría a Lima antes de partir?”. Me acusó de poco original. Insistí. Me acusó de sádico. Se puso a hablar entonces de los escritores de mañana, que nacerían del pueblo, los campesinos, los obreros.

“La literatura ha estado en manos de una élite burguesa. Igual que en la Europa de cierta época estuvo en manos de la aristocracia. Los escritores aristócratas no concebían que pudieran salir escritores de la pequeña burguesía. Cuando el  duque de Saint-Simon se enteró de un escritor llamado Voltaire, no lo podía creer. Creía que la literatura era un privilegio de su clase. Por eso nosotros, muchas veces, escritores burgueses o pequeñoburgueses, miramos con desprecio las cosas que hace la gente del pueblo, los poetas proletarios, por ejemplo. Acaso por el momento no lo hagan muy bien, pese su insistencia, que es la misma tenacidad de la historia y de la vida, surgirán grandes artistas. No se trata, pues, de una traslación del poder económico y político solamente, sino también, y fundamentalmente, del poder cultural…”

—¿Y qué le dirías, entonces, a Lima?

—Ufff. ¡Qué puedo decirle! ¡Qué mensaje puede darle!… Francamente, no se me ocurre nada…

—Supongo que te entiendo, Julio Ramón. Es difícil, cuando no inútil, encargarle algo a una cabeza que va camino al patíbulo.

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Edita el Dr. Guillermo Calvo Soriano de Lima - Perú

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jueves, 13 de junio de 2024

César Calvo Poeta, Escritor y Compositor de la Generación del Sesenta. Sucedió en el Perú. TV Perú

 

César Calvo 

Poeta, Escritor y Compositor de la Generación del Sesenta. 


César Calvo en la Casa de la Poesía, Barranco.

Vídeo - César Calvo 
Poeta, Escritor y Compositor de la Generación del Sesenta. 
Sucedió en el Perú. TV Perú. 8 Junio 2024.
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Vídeo en Pantalla Completa

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Dr. Guillermo Calvo Soriano de Lima - Perú
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lunes, 27 de mayo de 2024

César Calvo - "Paisaje" - Poesía - Vídeo

 César Calvo - "Paisaje" - Poesía

El laureado poeta César Calvo, Premio Nacional de Poesía, 

con su excepcional estilo recita "Paisaje".

Vídeo


César Calvo - "Paisaje" - Poesía

Vídeo en Pantalla Completa

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Edita el Dr. Guillermo Calvo Soriano de Lima - Perú
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César Calvo - "El Recuerdo. Homenaje a Manco II y al Cusco." - Poesía

 César Calvo 

"El Recuerdo. Homenaje a Manco II y al Cusco." Poesía

El laureado poeta César Calvo, Premio Nacional de Poesía, 

con su excepcional estilo recita "El Recuerdo. 

Homenaje a Manco II y al Cusco."

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César Calvo - "El Recuerdo. Homenaje a Manco II y al Cusco."  Poesía

Pantalla Completa

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jueves, 23 de mayo de 2024

César Calvo - "Poco antes de partir" - Poesía - Vídeo

 César Calvo - "Poco antes de partir" - Poesía


César Calvo

César Calvo - "Poco antes de partir" - Poesía

Vídeo

César Calvo - "Poco antes de partir" - Poesía

Vídeo

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POCO ANTES DE PARTIR

Porque vivo hace siglos en el aire
como
un
trapecio
vacío
yendo y viniendo
de lo que he sido a lo que no seré.

Porque en el aire habito como respiración a medianoche
como el hálito de alguien que no vivió jamás
como la última mirada
de un remo que prosigue, ya sin brazo, remando.

Porque cruzo los días como un puñal la cara del que huye
como lápiz sin dueño sobre el papel en blanco.

Porque escribo estas líneas no solamente con mi vida
sino con el jadeo de todas las mujeres que me amaron
de todas las mujeres que murieron y renacieron con el rostro vuelto a una feroz desolación, culpándome. 

Porque con culpa escribo, con el lento rumor de tus ropas
cayendo en la penumbra de Ginebra, cuando aún era tiempo
y los relojes ignoraban el peligro, sus agujas
como el abrazo de un náufrago en la dichosa profundidad,
mi boca persiguiendo tu vientre en el silencio que precede 
a los incendios y las almohadas húmedas 
y los ojos que ya no veré nunca 
girando en los espejos y en la noche infinita :

Ayúdame a quedarme cuando me encuentre lejos
en todo cuerpo que mis manos conduzcan a la hoguera
en todo cuerpo que mis manos alejen de la orilla
tú seas el reverso de esta inútil victoria
la única copa que yo no desdeñe después del vino fúnebre.

Nada puede aprisionar al viento sino la libertad.
Nada sino la libertad podría rodearnos ahora
y hacerte comprender que estuve solo
porque la intemperie no cabía en ese cuarto sórdido
que tú insistes en llamar país, doce millones de rostros
pegados a los muros de un Orden desleído y repudiable.

Ayúdame a prescindir de esos fantasmas que amo.
Ayúdame a no golpear y golpear la puerta
como si ella tuviera la culpa.
Ayúdame a ser la llave que abra sin cerrar nunca nada.
A mí, tu único hermano que nació sin tiempo
ayúdame a no perderlo, por lo menos así
como quien pierde la llave con la puerta
y no puede salir ni regresar, menos que un niño
que rasguña el aire como si fuera la tapa del ataúd.

Porque yo he recorrido las colinas de Francia y he visto
en el estruendo verde, en la delicadeza desbocada de Junio
he visto un niño lejano y eternamente dormido 
bajo un río de sangre 
y he cruzado el Pont Neuf con los ojos vueltos 
al turbio origen del destello 
- miles de argelinos fundidos para cada baranda de piedra
- miles de vietnamitas bajo cada loseta primorosa
miran pasar inútilmente el Sena
y están ahora, aquí, nombrándome, hilo de los retratos
de saliva dorada colgados de estos muros que se ensanchan.

Los días pasan por tu rostro como una cicatriz oscura.
Ayúdame a prescindir de esos fantasmas que amo y que destruyo
los días pasan por tu rostro como una cicatriz oscura
y mis dedos te palpan con la astucia de un ciego en la noche.
Me había olvidado de la noche.
Ayúdame a tocarte ansiadamente.
Me había olvidado de mi cuerpo y su noche soleada
ayúdame a tocarte ansiadamente
como quien toca la puerta de una casa que se aleja y se aleja
y tu cuerpo, este leño que sobrevive al miedo y la ceniza.

Me había olvidado de algo tan simple y verdadero
como beber un vaso de agua, levantarme en la sombra
de los cuartos prestados, dejar correr el tiempo 
todavía entre sueños y luego despertarme con la sed en tu cuello.
Me había olvidado que la vida también está hecha de todos
esos ínfimos, esos heroicos acontecimientos
que se cumplen a tientas
entre un cuerpo desnudo y otro cuerpo desnudo
entre el cauce del río y el vaso de la boca.

Anduve mucho tiempo tras los muros, demasiado lejos, buscándome con un palito entre las ruinas, con un fósforo 
que encendía en mi mano las mechas temblorosas.
Y no me hallé siquiera entre los muertos.
Me había olvidado de quedarme dormido a la intemperie
sobre un pecho como sobre una llanura inacabable
donde las maravillas de cada día crecen sin sobresaltos
y los ciegos hallan placer en extraviarse
y los amantes que se despidieron para siempre
no temen encontrarse de nuevo por primera vez.

Ayúdame a no vivir como una roca en medio del mar.
Ayúdame a no ser más el pasajero que la lluvia desdice
sino el único suelo por donde caminen los hoteles
en donde nuestros cuerpos giraron y se hundieron,
no los pasos medrosos sino el pie detenido al borde de la cama
a la orilla de un cuerpo que cae dentro de sí
como un abismo precipitándose hacia el pecho del suicida
 hacia el irremediable plumaje del suicida 
no esta frente viuda, sin nadie al frente, viendo
cojear al destino como un río que ha perdido una orilla
y avanza seco recordando el agua
no una silla sino cualquier camino
y cualquier trote cálido en lugar de esta oreja
pegada en tierra, oyendo llegar nada.

Me había olvidado de mi boca persiguiendo algo más.
Ayúdame a prescindir de los fantasmas que amo y que destruyo
y sin los cuales la vida sería solamente.
Me había olvidado de mi boca persiguiendo
algo más que una hermosa palabra entre las sábanas
algo más que otra boca entre los falsos sueños y las páginas.
Me había olvidado de escribir simplemente, como quien bebe
o ama, sin que el Olimpo se me suba a la cabeza.
Me había olvidado que un poema se prepara con minuciosa alegría
como un regalo que ya nadie espera, y se moldea con urgencia
y violencia, con irrepetible, con irremediable ternura como hacerle el amor a una mujer que se va a morir mañana.

Me había olvidado que te vas a morir mañana.
Ayúdame a ser el caminante que no pide nada.
Me había olvidado que me voy a morir mañana
que no pide nada sino un poco de camino.
Me había olvidado que nunca más tendré 31 años
sino un tronco de sombra junto al fuego.
Me había olvidado que nunca más tendré 18
pero que yo no me dé cuenta
ni un padre flaco y barbudo pintando allá en la infancia.

Que no husmee tu mano ni el corazón como un delfín 
amarrado a su veloz terciopelo
el receloso animal que me habita me había olvidado
que nunca más repetiré en Agosto estas caderas y la miel quemada
en cuyo olor subimos uno a uno los labios, los instantes
la inalcanzable noche de Madrid
hasta encontrarnos, hasta renacernos, hasta exterminarnos
y cómo canta al fin de la escalera, sobre las últimas estrellas,
otra vez, otra vez por vez primera, como una rama tierna
el fuego muerto
y oyéndolo nosotros regresamos a ver, somos los ojos
del niño que dormía bajo esa flor de nieve.

Porque vivo hace siglos en el aire
como un trapecio vacío yendo y viniendo
de lo que he sido                          a lo que no seré.
Porque muero hace siglos a la orilla
de un cuerpo hundido
                                                       ayúdame a no olvidarte
y la pesada piedra que me amarra hacia el fondo
sea una pompa de jabón, las alas de un dulcisimo castigo.
Ayúdame a tocarte ansiadamente como quien toca la puerta
de una casa que se aleja 
                                                                      y se aleja.

Ayúdame a ser el caminante que no pide nada
sino un poco de camino, un tronco de sombra junto al fuego.
Pero que yo no me dé cuenta, que no husmee tu mano
el receloso animal que me habita
el desolado animal que me habita en la noche
                                                                                          y en el día
deja abierta la puerta para que tú regreses o me vaya.

Ayúdame a quedarme cuando me encuentre lejos
cuando me encuentre lejos de la memoria que me devuelves
sin proponértelo
como quien llena un vaso de agua simple
y en el gesto de su mano extendida caben todos los mares.
Pasan todos los mares
Como los días
Pasan todos los años, las personas, las calles, los adioses.
Ayúdame a quedarme cuando yo haya pasado
cuando yo haya pasado sobre el papel en blanco
como un cuchillo por el rostro
                                             de estos días en donde tú ya eres
la sonrisa que insiste cuando los labios cesan.

El mar se abrirá entonces
y ha de pasar en medio
de las olas
ese
niño
indefenso
y en su mano nosotros como el último fósforo.


César Calvo

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COMENTARIOS

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Excelente,  
como nos tiene acostumbrados César. 
Gracias querido Guillermo.

Galo Narváez
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Estremecida, con los ojos cerrados para ver, sentir penetrarme 
el grandioso poema, no es la primera vez que lo escucho, 
pero la emoción es tan intensa como si lo escuchara la primera vez,  gracias querido Guillermo, a mí me une a ti, el amor 
y la admiración de nuestro hermano eterno y será así hasta el último respiro de mi vida, 
un saludo especial a tu amada familia, un grande abrazo.

Gladys Basagoitia
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Muchas gracias Guillermo Calvo.  Son lindos los poemas de tu inolvidable hermano y que bueno que lo mantengas vigente. 
Feliz año 2018.
Saludos

Denis Merino Perea
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César mi amigo de siempre
Nunca partiste...estás siempre presente y, en las notas de este bello poema, nos das la mano y, tu corazón de artista.
Hasta cualquier momento César amigo, poeta insigne
Abrazos

Alejandro Sotero
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Gracias, Guillermo, lo compartiré, 
saludos,

Hildebrando Pérez Grande

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Sinceramente bellísimo el poema, gracias estimado Guillermo por compartir un tesoro y por darme la oportunidad de conocer a este ilustre poeta.

Luis José Flores Rodríguez
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César Calvo regalándonos esta joya de la literatura.

Michael Venegas
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Hermoso.
Uno de los mejores poemas que he leído. 
Grande César Calvo, Orgullo del Perú.

Sergio Caifán
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Trome

Fernando Moscoso
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Nadie puede alcanzarte cuando enciendes la palabra César...

Gabriel M.
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Simplemente César ...

Harry Pizarro
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La imposibilidad de Recuerdo en "Pedestal para nadie"
de César Calvo.

Claudia Patricia Duharte Barreda

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